«Tudo se me evapora. A minha vida inteira, as minhas recordações, a minha imaginação e o que contém, a minha personalidade, tudo se me evapora. Continuamente sinto que fui outro, que senti outro, que pensei outro. Aquilo a que assisto é um espectaculo como outro scenario. E aquilo a que assisto sou eu».
En la habitación en la que suelo escribir hay una ventana que da al exterior. La ventana está velada por una cortina tenue que difumina lo que hay más allá del marco. Como una limosna divina, la única referencia que se intuye es el momento del día gracias a la luz que se filtra por la cortina. Los días nublosos ni eso es posible, una luz aún más tenue lo baña todo de un egoísmo monocromático.
En los días despejados hay un momento en que la posición del sol consigue colarse por la fortificación de hilo y encaje y toca una de las esquinas de la hoja sobre la que suelo soñar. Esa esquina queda bendecida por unos minutos con otro color. Ocaso efímero que arroga luz a una vida entre sombras.
Hay días en lo que fuerzo mi cara sobre la cortina que se amolda a mi rostro como un manto mortuorio. Intento ver qué hay detrás y lo que percibo es una realidad pixelada que no se deja asir por la razón. Busco comprender y no puedo. Me desespero enfrente de la ventana de la habitación en la que escribo y que da al exterior.
Una noche tuve un sueño en el que estaba al otro lado de la ventana, en el exterior. Miraba hacia un lado y el otro hasta dar con la ventana que da al interior del cuarto en el que escribo. La cortina no me dejaba entrever nada. Un rostro pareció dibujarse como una sabana santa. Creí percibir una sonrisa. En el momento de estender la mano para tocar la máscara, el sueño se evaporó en forma de paloma sobre el asfalto y me excomulgó al cuarto en el que escribo y cuya ventana velada no me deja percibir el exterior.