La primera vez que oí el nombre de Matilde Urbach fue en Coimbra. Cuando le comenté a un profesor de la Facultad de Letras que, por haber vivido en Inverness, siempre me había impresionado la referencia a la mujer de dicha ciudad que el narrador de El Aleph dice que nunca olvidará, este me respondió que quizás buscaba a Matilde Urbach, protagonista del poema Le Regret d’Héraclite de Borges cuya existencia desconocía. No volví a pensar en dicho nombre hasta la semana pasada en que fui a la biblioteca Joanina de la Universidad.
El 14 de enero asistí a la inauguración de una exposición dedicada a Kierkegaard en la biblioteca que celebra 500 años de historia. Asistir a cualquier acto dentro de la Joanina es en sí mismo una experiencia estética. Salí de la facultad después de codificar el último fragmento del día del Livro do Desassossego de Fernando Pessoa.
Há sensações que são sonos, que ocupam como uma névoa toda a extensão do espírito, que não deixam pensar, que não deixam agir, que não deixam claramente ser. Como se não tivéssemos dormido, sobrevive em nós qualquer coisa de sonho, e há um torpor sem sol no dia a aquecer a superfície estagnada dos sentidos. É uma bebedeira de não ser nada, e a vontade é um balde despejado para o quintal por um movimento lembrado do pé à passagem.
Ese mismo día, por la mañana, horas antes de la exposición, me había acercado al recinto que da acceso a la biblioteca atraído por la luz que se filtraba entre las nubes. Reconstruyendo, quiero creer que atravesé sin pensar el portón que da a la Facultad de Derecho sumido en una especie de niebla que ocupaba la extensión del espíritu. La luz o su carencia componían una armonía dada para ser sentida.
Tanta inconsequência em querer bastar-se! Tanta consciência sarcástica das sensações supostas! Tanto enredo da alma com as sensações, dos pensamentos com o ar e o rio, para dizer que me dói a vida no olfacto e na consciência, para não saber dizer, como na frase simples e total do Livro de Job, «Minha alma está cançada de minha vida!»
¿Qué habrá llevado a Pessoa/Soares a substituir ‘respiración’ por ‘consciencia’? ¿Habrá sido aquel otro trecho que dice que ‘Há um cansaço da inteligência abstracta e é o mais horroroso dos cansaços. Não pesa como o cansaço do corpo nem inquieta como o cansaço pela emoção. É um peso da consciência o mundo, um não poder respirar com a alma.’? ¿Y por qué añadió el adjetivo ‘total’ a ‘amplia’? Hay que tener cautela con los significantes que anegan nuestra percepción y buscarles un cauce adecuado. Con la frase del Livro de Job en la cabeza entré por la tarde en la biblioteca que estaba sumida en sombras, con un aire eclesiástico y denso que parecía venir anunciado por la sentencia que había leído y de la que me quería alejar y dejar atrás entre la solapas de alguno de aquellos incunables que asistían a nuestro desconcierto de profanos sin tierra santa que hoy es la vida.
Poco después los congregados entraríamos a la exposición y leeríamos una serie de textos dispuestos entre paneles que ilustraban algunos de los temas centrales de la obra del filósofo danés. Desde ‘La angustia es el vértigo de la libertad’ hasta ‘La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante.’ Uno de los paneles estaba dedicado a Regine Olsen. Medité en las similitudes con Ofélia Queirós y entonces recordé a Matilde Urbach. La más enigmática de las tres era quizás Matilde Urbach, por estar situada en esa penumbra que tan bien supo tejer Borges entre la realidad y la ficción. Pensé así en los tres grandes maestros de la máscara y la otredad y recordé la conferencia de Eduardo Lourenzo sobre Pessoa y Kierkegaard en la Fundación Juan March el 11 de junio de 1981. Me sorprendió no haber reparado antes en que la fecha en que el intelectual portugués se pronunció fue la misma en que nació la mujer que me habría de acompañar a Inverness en ese viaje del que sigo sin saber si huíamos de la obligación de ser alguien o anhelábamos ser otros.
Una vez finalizaron los discursos de abertura deambulé por la sala y salí otra vez fuera al abrigo de las nubes. Deshice el camino que había transitado por la mañana y mirando hacia atrás evoqué una vez más a Matilde Urbach, aquella que nunca desfallecía en el abrazo de aquel que tantos hombres fue. Atravesé de vuelta el portón que da a la Facultad de Derecho que fue engullida por la noche y salí de la sensación que, como un sueño, ocupaba la extensión del espíritu.