All those moments, will be lost in time like tears in rain…

Pessoa escribía en el Libro del desasosiego: “Encuentro a veces, en la confusión vacía de mis gavetas literarias, papeles escritos por mí hace diez años, hace quince años, hace quizá más años. Y muchos de ellos me parecen de un extraño; me desreconozco en ellos. Hubo quien los escribió, y fui yo. Los sentí yo, pero fue como en otra vida, de la que hubiese despertado como de un sueño ajeno”.  Esta página recoge entradas en forma de notas que desde 2009 funcionaron como un laboratorio de escritura y de devaneos a partir de libros, películas, pensamientos… Notas que sentí, pero como en otra vida.

Melancolía por lo fugaz


[Texto originalmente publicado en Revista de Letras, 12/09/2016]

En 1915 Sigmund Freud relató en Lo perecedero un encuentro con Rainer Maria Rilke en el que, tras un paseo por la naturaleza, se dio cuenta de cómo el poeta no conseguía disfrutar del paisaje ante la constatación de que toda la belleza allí contenida iba a desaparecer. El psicoanalista dirá que precisamente ese carácter transitorio es lo que da valor a las cosas, saber que terminarán impele a disfrutar con más intensidad de la vida. La consciencia de la muerte y de la finitud, ser en el tiempo, es precisamente lo que lleva al hombre a intentar doblegar la pulsión de muerte a través de la creación.

Fue a través de las redes sociales que me llegó el trabajo de traducción de Natalia Litvinova de la obra de Innokenti Ánnenski. La fuerza del título de la antología, Melancolía por lo fugaz, compuesta por 47 poemas que dan cuenta de las distintas fases de escritura del poeta, vino al encuentro de las lecturas freudianas.  El poema que da nombre al libro sigue así:

El día se va sin dejar rastro.
Amarillea y mira hacia el balcón
el disco nebuloso de la media luna.
Y en la desesperanza de las ventanas abiertas,
las paredes blancas, tristes e inexpresivas.
Ahora la noche vendrá,
las nubes tan negras…
Siento pena por el último instante de la tarde:
allí está el pasado, el deseo y la melancolía,
lo que viene, la tristeza y el olvido.
Aquí la tarde es como un sueño: fugaz y cohibida,
pero para un corazón sin melodías, ni lágrimas, ni perfumes,
donde se han roto y fundido tantas nubes
parece más cercano el crepúsculo que un suave atardecer

Melancolía por lo fugaz

La obra de Ánnenski se nutre de la tradición clásica y del simbolismo francés para crear una poética que no se deja reducir a ninguna de las dos estéticas y que contiene en sí elementos de la modernidad. De ahí que Anna Ajmátova afirme que, como se cita en la introducción, toda la vanguardia rusa se encuentre contenida en la obra del autor. Entre los diferentes elementos que podríamos destacar, tenemos los ideales románticos como el subjetivismo: «Estoy triste. Estoy agotado. / Escucho los pasos del ciego/ que por las noches tropieza/sobre mi techo.» Y el transcendentalismo: «o el ocaso silencioso// donde las huellas del sueño imposible/ destellan a través de la niebla.» que se articulan en paralelo con una tendencia a la metatextualidad «siempre se abre frente a mí/ la misma página manchada de tinta.» y la intertextualidad: «En él la Conciencia se volvió poética profecía, / en él vivían los Karamazov y los demonios». Todos estos puntos, no obstante, quedan subyugados por una reflexión de fondo sobre aquello a lo que Borges llamó la sospecha general y borrosa del enigma del del tiempo y que está en relación con una interpretación heideggeriana de la poesí­a, esto es, de la palabra creadora que funda al ser en el tiempo.

Comencé la reseña hablando de Rilke, Freud y la melancolía. El último poema de la selección, Ego, comienza: “Yo, el hijo débil de una generación enferma”. La frase me llevó al inicio de los Cuadernos de Malte, donde el poeta alemán se pregunta si es allí (en un hospital) donde la gente se dirige para vivir, y que podemos poner en paralelo también con aquella metáfora de Baudelaire en la que equipara al mundo con un hospital, en donde cada enfermo codicia la cama del vecino. La certeza de la finitud y la percepción del paso del tiempo en la escisión que se abre entre la vida rural y la nueva vida urbana de moderna, donde ese ego se fragmenta («Estoy en el fondo/ soy un fragmento triste») para compartir protagonismo con otras fuerzas, son sublimadas en escritura. En El arco y la lira, Octavio Paz afirma que “la poesía es un instante que contiene todos los instantes.” Ese tiempo colmado de sí, que no deja de fluir, en tránsito, es al que asistimos al leer la melancolía de Ánnenski.

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